Visita al 9/11 Memorial en Nueva York

El 11 de septiembre de 2001 a la mañana, me encontraba en la facultad. Más precisamente, estaba en el aula, esperando que comenzara la clase de Psicología y Comunicación, sólo que esta vez el saludo de la profesora fue diferente a lo habitual: «Buenos días alumnos. Estoy un poco confundida, no entiendo bien qué está pasando. Acabo de ver en la televisión que un avión chocó contra un edificio en Estados Unidos. No comprendo qué sucedió.» Lógicamente nosotros tampoco entendimos mucho de ese mensaje, y continuamos la clase sin saber que ese día cambiaría el mundo para siempre.

Luego, al llegar a mi casa, pude interiorizarme de la terrible tragedia, y ver una y mil veces esas imágenes que parecían más ficción que realidad, más espectáculo que catástrofe. Estados Unidos, uno de los países más poderosos y admirados del mundo, había sufrido un ataque terrorista sin precedentes. Pero no sólo se trata de un atentado a un país, allí 2996 personas perdieron su vida, entre ellas más de 400 bomberos y policías. Muchas, muchísimas más, resultaron heridas. Este hecho tuvo una magnitud tal, que alteró el orden mundial. Sin dudas, se convirtió en uno de los hitos de la historia contemporánea.

Años más tarde, en 2014, tuvimos la oportunidad viajar a Nueva York y visitar el 9/11 Memorial. Este imponente monumento fue inaugurado el 11 de septiembre de 2011, en el décimo aniversario de la tragedia. El proyecto estuvo a cargo del arquitecto Michael Arad y del paisajista Peter Walker. En el diseño, que se llama «bosque de árboles», se destacan dos piscinas gemelas en el centro, ubicadas en los cimientos de lo que fueron las Torres Gemelas.

Cuando planeaba mis itinerarios por Manhattan, incluí la visita al 9/11 Memorial como un punto más de nuestro recorrido. Pero les confieso que la experiencia fue mucho más fuerte al estar ahí. Cuando caminábamos por las calles del Distrito Financiero en dirección al Memorial, empecé a sentir una sensación en el pecho, de esas que presagian una fuerte emoción. Miraba a la gente que caminaba por allí, saliendo de sus oficinas en un día normal, y pensaba que con esa misma naturalidad habrían llegado a sus trabajos las víctimas del horrible atentado. No podía evitar pensar en la vulnerabilidad y la fragilidad de la vida. Al llegar al Memorial, me acerqué a las grandes piscinas que simulan con magistral vividez la caída de las torres, a través de las cascadas de agua que caen constantemente y continúan descendiendo a un centro vacío. Un escalofrío me estremeció por completo.

Luego, reparé en los bordes del monumento, donde se encuentran grabados los nombres de las víctimas. Ahí me acerqué a las vidas que se perdieron, más que al mero número total de fallecidos. Pensé en la desesperación de sus últimos momentos, en sus sueños truncados, en el desconsuelo de sus familias. Recordé las historias de bomberos y policías que, aún sabiendo que no saldrían de allí con vida, seguían subiendo las escaleras intentando lo imposible. Recé por todas las almas. Sentí mucho dolor.

Continué caminando y noté que todos los árboles del parque eran iguales (robles bicolor), con excepción de uno, que se encontraba apuntalado y aislado del resto. Se trataba del «árbol sobreviviente»: un peral de flor o peral de Callery. Este árbol fue encontrado en octubre de 2001, entre los escombros, con sus ramas y sus raíces rotas. Quedó al cuidado del Departamento de Parques y Recreación de Nueva York. En 2010, una vez recuperado, fue devuelto al Memorial. Desde entonces, se convirtió en un símbolo viviente de la capacidad de recuperación, supervivencia y renacimiento. Me enteré de su historia allí mismo. Al verlo erguido, resistente y alegrando con su presencia un lugar de tanto dolor, unas gotas de esperanza rodaron por mis mejillas. Ya tiene más de 10 metros de altura, y cada primavera se llena de nuevos brotes y flores.

De esa experiencia aprendí que la visita a un monumento conmemorativo nunca puede considerarse un punto más dentro de un itinerario turístico. Porque, lo quieras o no, la emoción te pasa por arriba, te desborda y te transporta a un lugar de recogimiento, reflexión y tristeza. La historia de la humanidad está llena de tragedias, y al recorrer el mundo es inevitable toparse con ellas. Pero creo que el hecho de adentrarse en sus historias nos permite -de alguna manera- formar parte de los hechos, comprenderlos desde otros puntos de vista, tomar consciencia y -tal vez algún día- evolucionar como especie.

El fuego que se produjo en las Torres Gemelas al momento del atentado, tardó 100 días en apagarse. Las tareas de rescate duraron 9 meses. Y aunque el recuerdo de esta masacre seguramente perdurará a lo largo de los siglos, deseo que nunca más la humanidad deba pasar por un horror semejante.

Entrada al Memorial y al Museo del 11-S

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